Hablando con una persona a la que no conozco desde hace mucho, me ha sorprendido la radiografía tan exacta que ha sacado de mí. Me ha adjudicado el don de la asertividad pero con una carencia: no saber decir que NO. Es algo que tengo asumido… ¡pero que quiero cambiar!
Hay días en los que es desesperante mirar tu correo electrónico. Muchas peticiones de ayuda, que estarías encantada de resolver, pero que requieren su tiempo, un bien que escasea precisamente por el círculo vicioso en el que me veo inmersa. En Aprendices hemos dicho (a veces medio en broma, a veces medio en serio) que tenemos que hacer un taller sobre esto.
Pudiera parecer que decir que sí a todo y a todos es positivo porque estamos contentando a las personas con las que nos relacionamos. Pero igual obtenemos el efecto contrario: frustración por terminar haciendo algo que realmente no queríamos hacer; no llegar a todo lo comprometido, sumando por tanto más frustración y ofreciendo una pésima imagen (y fallando a los que nos importan).
Las razones de esa parálisis a la hora de decir que NO pueden ser varias y las hay de todos los colores:
La culpabilidad, ese sentimiento traicionero que te golpea donde más duele: la conciencia. Simplemente quieres ayudar, pero no consideras que igual te estás haciendo a ti un flaco favor… Y esto se acentúa aún más en las mujeres por esa herencia cultural de debernos a los demás.
La incertidumbre de que si no aceptamos algo, no se nos presentarán futuras opciones (ya no nos volverán a llamar u ofrecer algo).
Querer agradar y el miedo a parecer una borde. Muchas veces he comentado con otros internautas que la red está plagada de un “buenrollismo” que en ocasiones es hasta agobiante.
Nos damos jabón hasta límites insospechados… Nadie quiere asumir el rol del “vinagre” de Internet. Y más cuando en un medio escrito, las palabras quedan frías y las susceptibilidades están a flor de piel.
Que todo nos parezca atractivo. Entonces tenemos un grave problema de gestión de prioridades y una limitación inherente al ser humano: nuestros días, como los de los demás, tienen 24 horas (ni un minuto más, ni un minuto menos).
Si os sentís identificados con alguno de los puntos anteriormente expuestos, vosotros también sois unos “traperos del NO”. Así que hagamos juntos la terapia. Repetid conmigo:
“Me gustaría poder ayudarte, pero me resulta imposible”.
“No soy la persona más apropiada para esto. Si quieres, te puedo dar el nombre de…”.
“Ahora mismo no cuento con el tiempo suficiente para llevar a cabo eso y a mí me gusta comprometerme al 100%”.
Y sin duda, mi favorita, una frase mítica de Phoebe en la serie Friends:
“Me encantaría, pero no me apetece”.
Tras releer el post completo unas cuantas veces, me he dado cuenta que he usado un montón la palabra NO. ¿Será que ya estoy aprendiendo…?
Publicado por Lorena Fernández el 25-11-2010
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