Una recopilación de ensayos publicados a lo largo de diez años en la sección de cultura del periódico El Financiero...
Cincuenta ensayos para los miércoles por Pablo Fernández Christlieb (p. 11-14)
Uno no se la pasa maldiciendo los lunes y esperando el viernes, o sea que entonces hoy es más o menos miércoles, común y corriente, como de costumbre. Siempre que se dice que era un día cualquiera, era miércoles, porque ese día no pasa nada. Ninguna revolución ha comenzado en miércoles, nadie se enamora en miércoles; tampoco las pesadillas se sueñan ese día. Lo único que comienza en miércoles es la cuaresma. No es día para estrenar ropa. Los cines y los supermercados se ponen al dos por uno a ver si pega, ya que, como dicen, es un día flojo, donde todo el mundo nada más va a sus asuntos y se regresa, y así, la gente que anda por las calles es bastante normalita, como si los famosos y los exquisitos no existieran los miércoles. Es un día de paso. Las gallinas ponen, pero huevos bofos, de ésos que sólo sirven para hacerse tibios. Es un día de en medio, como de transbordo, en el que nadie se esmera; nadie finge ni posa ni tiene ínfulas, ni tampoco se azota ni desbarra ni le da por confesiones vergonzosas en miércoles: todo eso se deja para días más cruciales, más espectaculares. Y en efecto, nadie que quiera parecer interesante va a decir que su día preferido es el miércoles: elegirán, por ejemplo, el sábado, que es cuando se supone que pasan las cosas aventuradas de la vida, porque preferir los miércoles equivale a preferir el mediodía a la medianoche, lo de siempre a lo de actualidad, la ropa de diario y de calle a la de salir y de domingo, que ahora se usa en viernes. Las canciones de radio a las de culto. Las pláticas de pasillo a las conferencias de Carlos Fuentes. La trastienda en vez de la marquesina, la puerta de servicio en vez de la principal. Cazares con Miguelitos en vez de canapés con anchoas; encontrar asiento en el metro que boleto en Bellas Artes; las comidas corridas en lugar del buffet turístico. No irle al América sino a un equipo de media tabla. No ser el niño del cumpleaños sino sólo el amiguito. Los miércoles no son el momento de las grandes causas ni de las luminarias, no es el día de los emprendedores ni de las catástrofes. La emoción más grande que puede caber en un miércoles es saber que uno va a estrenar jabón a la hora de bañarse. Es el tiempo de las cosas sin chiste. Pero lo único que sobrevive en este mundo es lo que pasa inadvertido, y, ciertamente, los gestos y los actos y las obras a los que nadie hace caso mientras los hace son con lo que se van haciendo desapercibidamente los miércoles: vestirse más o menos como ayer, ordenar el portafolios de cierto modo, mirar que ese edificio está bonito, utilizar el tiempo de la cola del banco para pensar en algún conocido lejano que es buena persona o leer detenidamente una sección del periódico que quién sabe por qué le gusta a uno. Es a través de los miércoles como uno se va construyendo, no su curriculum vitae ni su autobiografía, sino sus costumbres, ésas que nunca lo abandonarán, porque son esas "ningunidades" las que se van instalando como estilo de vida, como forma de ser, hasta llegar el momento en que uno está hecho del material de los miércoles, eso que no se presume pero que sí da cobijo y protección, y no podría decir que incluso le gusta porque eso ya es mucho meditar para un día cualquiera. Lo que no sobresale es lo que se arraiga, como la receta de la sopa de fideos o la habilidad para amarrarse las agujetas, y, así, lo que sucede los miércoles es lo que va depositándose mota a mota a lo largo del tiempo, como si fuera el polvo de la historia que se va acumulando hasta que, contra todos los pronósticos, se convierte en la parte más firme de la vida, porque los miércoles se hacen con las cosas que llevan siglos haciéndose, y, por lo tanto, ahí está lo más duradero de la sociedad a la que pertenecemos, esa forma de ser que siempre hemos sido, y es que las costumbres, las actitudes, las mentalidades están hechas de las cosas que se hacen los miércoles. Por eso el alma de los miércoles luego va y se aparece cualquier día. Y cuando uno se cansa de los demás días, siempre un poco ficticios, quedan los miércoles. Donde no pasa nada es donde se queda todo. Lo que menos cambia es lo que mejor defendemos. Mientras que el gran secreto que se busca en los momentos estelares, como los jueves de barra libre hasta la madrugada y otras epopeyas, consiste en que al final no había ningún secreto, y uno termina por desencantarse de ellos, en los miércoles, en cambio, en donde parece que no hay ningún misterio, puede descubrirse que ahí está guardado el dato curioso de lo que ultimadamente somos. Y resulta que tenemos pensamientos de miércoles, sentimientos de miércoles. Y libros de miércoles. Un miércoles no es tanto un día como una forma de ser que está instalada en nuestra sociedad y en nosotros, que por lo común no se nota porque uno cree que las sensaciones e ideas propias de los miércoles son nada más como pequeños deslices, errores chiquititos que comete la mente cuando se distrae sin querer pero que ni caso que hacerles. [...] La forma de los miércoles es el título que se le pone a lo que podría llamarse mentalidad de diario y de siempre, porque "diario" siempre cae en miércoles. Y sí, en última instancia los miércoles tienen la forma de la vida, que ni se toma en cuenta ni se sabe cómo pasa, pero que cierto día uno advertirá que ahí estaba lo que valía la pena, pero ya para entonces será domingo después de la comida.
http://dialogosaca.blogspot.com/2010/06/la-forma-de-los-miercoles-un-viernes.html